domingo, 6 de noviembre de 2011

El estruendo

Llegamos diez minutos antes de la cita. Entramos al lugar y nos sentamos frente a una de las mesas más pequeñas, sabiendo que luego la compartiríamos con quienes fueran viniendo. El espectáculo anterior era de un grupo de flamenco y todavía estaban retirándose entre risas y comentarios. “¿qué se van a servir?”, preguntó una moza. Pedimos dos cervezas y partió rumbo a la barra. Cinco minutos después reapareció y nos aclaró que los músicos balcánicos vendrían después, que tenían que afinar sus instrumentos y que deberíamos esperar afuera.

Nos fuimos a tomar un café en un extraño lugar llamado Pericles al lado de una mesa donde un abuelo cuyo aspecto hacía honor al mundo helénico escuchaba con auriculares la música que provenía de una notebook. En el equipo, del otro lado, mientras compartía unos canelones con su evidente abuelo, el chico estaba sumergido en los avatares de Facebook.

A las 23.45 decidimos que ya era hora. Dejamos al abuelo griego y a su nieto y volvimos al lugar, donde había una pequeña cola con gente que tenía aspecto de cualquier cosa menos balcánica, pero sí se percibían sus ganas de escuchar música. Hicimos la fila religiosamente y tras adquirir los tickets finalmente pudimos entrar. Fuimos a otra mesa, no la que habíamos elegido originalmente. Sólo una mujer, que apenas habría pasado los 40 la compartió con nosotros. Hicimos el pedido.

A los cinco minutos llega la moza que nos había atendido la primera vez  y tuvimos que explicarle que no era un deja vu, que habíamos vuelto y ya le habíamos pedido a su compañera de trabajo. Sea como sea, llegaron nuestras cervezas y el fernet de la vecina ocasional.

El lugar se fue llenando de voces y saludos. Había muchos que se conocían y otros que estaban ahí vaya uno a saber por qué. Por un músico amigo, como nosotros, por un pariente, porque sí. Atrás se ubicó Boris. En realidad no conocía su nombre y ni siquiera tenía aspecto de ruso, al menos del ruso eslavo que las series yankees estereotiparon, pero Boris le quedaba bien para la Rusia moderna. Tenía el pelo cortado parcialmente a lo mohicano, algo punk, con una camisa a cuadros que llevaba suelta, unos bigotes que sobresalían a toda su humanidad, pero lo que más llamaba la atención era su mirada, rara, casi extraviada. Lo miré discretamente y pensé: “Este tipo va a traer problemas”.

El primer roce fue cuando se puso a fumar en medio del espectáculo. Los Devoie Sestri , que presentaban su primer CD, tocaban una canción polaca y el hombre quiso matizar con un cigarro. Ella decidió marcarle los límites y Boris apagó el faso a regañadientes. Pareció dócil, pero nunca confío en los que dicen que sí inmediatamente.

Las estepas rusas, los dramas gitanos, la muerte de los soldados en las guerras mundiales desfilaban hechas música y la bailarina, flexible, bella, de un cabello largo y negro se contorsionaba frente a nosotros. La cantante alternaba el micrófono con la percusión y atrás Rodríguez tocaba el bajo, mientras Rodolfo, mi muy colombiano profe de música tocaba el saxo como los dioses haciendo contrapuntos con la acordeona, que una de las dos únicas rusas del conjunto tocaba en su regazo. Con los apellidos perdidos en matrimonios mixtos y en algún barco, el espíritu balcánico estaba y se hacía oír y bailar.


La alegría reinaba a pesar de la tristeza de algunas canciones y los pedidos de temas serbios, polacos, rusos, croatas o rumanos eran respondidos con más música. Los gritos de Boris se escuchaban por encima de los demás. Se estaba poniendo molesto. Hasta que una mujer joven y regordeta se bajó de su silla y se fue a la calle. La siguió su hombre, con cara de pocos amigos. Detrás, Boris salió acariciando el lado derecho de su cintura. Pero el celular estaba exactamente a 180 grados. Dos minutos después, desde la calle llegó un pequeño estruendo. La vecina de mesa miró sorprendida. Corrí ligeramente la cortina pero era imposible ver hacia afuera. Adentro, los metales jugaban con la acordeona y la batería irrumpía en el ambiente. Nadie se enteró de nada, salvo los que estábamos cerca de la puerta.  

martes, 1 de noviembre de 2011

Las paralelas no corren juntas


Cuando las personas toman distancia no dejan  de vivir, su tiempo es marcado por otras circunstancias, que hubieran estado allí para encontrar a dos personas juntas o a cada una por separado. Viven, crecen, evolucionan, se enriquecen o se degradan, pero lo que fue sumar y compartir es un camino que ya no es paralelo sino que se diversifica y aleja a las personas cada vez más, hasta que cada uno es un extraño para el otro.

Me pareció que había alguien conocido, creí reconocer un flequillo, un color de cabello o una expresión. A ella le pasó lo algo parecido, aunque cabello y flequillo no había. Nos reconocimos. Habían pasado apenas tres años desde que dejamos de compartir vida y sentimientos. Lo que me molestaba de ella había quedado congelado, como en esas películas viejas en las que el lente se acerca demasiado al film y lo convierte en plástico derretido. Tampoco ella podía ver las escenas que seguían y se había quedado con lo que había alcanzado a ver, a querer o a rechazar.

Qué viene después, cómo es, es un misterio que escapa al conocimiento y se limita a la imaginación y a unos datos que no son datos. El pasado no sirve para proyectar los minutos que vienen, sólo sirve para saber qué pasó y qué puede pasar si no se construye un futuro sin aquellos errores, aunque pasarán otros.

La miré y la vi como algo que impacta más en la memoria que en los ojos. Su mirada no pudo ocultar la sorpresa y la mía tampoco. Tal vez porque ninguno de los dos se esforzó demasiado en ocultarlos. La sorpresa nos deja a veces al desnudo.

Me tomó unos segundos entender lo que estaba pasando. Buenos Aires es una ciudad muy grande y uno puede desencontrarse por años con quien alguna vez compartió todo o casi todo lo que era parte de su mundo. Ella no reaccionó, sólo un saludo y una pregunta que casi no esperaba respuesta. Una cosa es la frialdad encubierta de los mensajes de correo electrónico y otra es la persona ahí, de carne y hueso, con sus vivencias a cuestas.

Nos miramos y nos preguntamos. Me costó hilar un relato, no porque no lo tuviera claro sino porque a pesar de mi poder de síntesis no podía resumir en unos minutos de cruce callejero las vivencias, las decisiones, las consecuencias y las ganas de tres años.

Le pregunté cosas que no pudo responder, porque para ella eran algo cotidiano y para mi eran el otro lado de un abismo, Por un momento quise saltar pero no sabía qué habría del otro lado ni si valía la pena. Quiso saber si algo había cambiado y mi mirada le dijo que todo era diferente, porque a cada segundo somos diferentes. Pero que no eran los cambios que ella esperaba o que ella deseaba. Me atizaban las ganas de saber también cómo estaba ahora, pero al mismo tiempo no me importaba. No era muy diferente a saber cómo era la vida de la chica que pasaba por la calle de enfrente. Las paralelas no se juntan, pero las leyes de la física y las matemáticas se hacen trizas cuando se juegan los sentimientos humanos. Las paralelas no se juntan, pero se separan.

martes, 25 de octubre de 2011

Variaciones

Tenía ganas de compartir, pero no de escribir. Cosa rara en un blog que pretende jugar con las palabras e intentar un folletín de trazo corto. Pero el clima ayuda más a escuchar música. Aquí va un clásico que anduve cantando últimamente, El Tiempo es Veloz. Pero a no asustarse, aquí lo cantan David Lebon y Pedro Aznar. Hasta la próxima.



El tiempo es veloz , tu vida esencial
el cuerpo en mis manos me ayuda a
estar contigo
quizás nadie entienda
vos me tratas como si fuera algo más
que un ser

Te acuerdas de ayer, era tan normal
la vida era vida y el amor no era paz
que extraño
ahora me siento diferente
pienso que todavía me quedan tantas cosas
para dar

No ves que todo va
todo creciendo hacia arriba
y el sol siempre saldrá
mientras que a alguien le queden
ganas de amar

Perdóname amor por tanto hablar
es que quiero ayudar al mundo a cambiar
que loco
si realmente se pudiera
y todo el mundo se pusiera alguna vez
a realizar

No ves que todo va
todo creciendo hacia arriba
y el sol siempre saldrá
mientras que a alguien le queden
ganas de amar

viernes, 21 de octubre de 2011

El torrente

Escribir es difícil. Escribir bien es un privilegio de pocos, pero no debe haber nada más doloroso que sentir y no poner una letra sobre el papel, o en el teclado. ¿Qué otra cosa que un gay discriminado por una sociedad cultamente ignorante hubiese sido Wilde si no hubiera tenido aquella capacidad para ironizar sobre la vida de las clases altas? ¿Se podría pensar de Eduardo Galeano como algo más que una voz profunda de cierto poeta y pensador si no fuera por sus regalos como Las Venas Abiertas de América latina? 

Tal vez Borges no hubiera conocido a Kodama y para la historia hubiese sido un oscuro empleado de la Biblioteca Nacional que acostumbraba a recitar poemas floridos y frases ingeniosas y que alguna vez se quedó ciego, cosa que no importaba porque nunca escribió una letra. Y Bioy seguramente habría quedado como el gentilhombre de gran atractivo sobre las mujeres que se preocupaba por la vejez y que en alguna loca noche de copas hablaba sobre una realidad virtual cuando corrían los años 40.

La vida corre como un torrente en el que todos jugamos una carrera de postas obligada y casi rutinaria. Salvo que podamos ver y contar qué es lo que se juega en cada pase. Y si la oralidad es una forma de transmitirlo, lo escrito es una manera de eternizarlo para que en cada escalón alguien pueda reflexionar algo sobre su rol en la vida.

En eso pensaba cuando miró la agenda de su Blackberry y se acordó de que había quedado en comenzar su taller literario. Se había mentido, porque sabía perfectamente el día y la hora y no necesitaba anotarlo. Estaba ansioso por llegar y las letras esperaban más ansiosas aún por ser puestas en algún orden que justificara su existencia para algo más que para decir hola o adiós. Aunque hola y adiós ya fueran en la carrera de postas palabras que merecían su atención.

Corrió hasta el lugar, cada uno estaba allí, y la aventura comenzó. Dos horas después mientras volvía la llamó. Ya habían corrido las aguas y ella todavía estaba allí, dolorida por la pérdida. Se convencía con un fernet de que pronto se le pasaría. La vida y la muerte estaban juntas y ella no sabía cómo olvidar a una y disfrutar la otra. El quiso ayudarla, pero no pudo, o no supo. Pensó en escribírselo.  

jueves, 13 de octubre de 2011

El compromiso compromete

“¿Y si hacemos un culto al no compromiso? ¿Y si en lugar de eso, nos reímos un rato? Los otros tres tipos, también de origen uruguayo, con mucho ingenio y gran capacidad para reírse de sí mismos y de los demás lo miraron intrigados pero ya estaban desgranando algunos acordes y, rodeados de fantasmas de músicos y cantores que se sintieron atraídos por la letra decidieron escucharlos un rato. Y comenzaron:

“No tengo penas ni tengo amores
Y así no sufro de sinsabores
Con todo el mundo estoy a mano
Como no juego, ni pierdo ni gano”

Con mucha delicadeza, Antonio Machín miró sin embargo entre sobrador y sorprendido y cantó su bolero a los uruguayos:

“Sin firmar un documento
ni mediar un previo aviso
Sin cruzar un documento
Sin cruzar un juramento
Hemos hecho un compromiso
Sin promesas nos marchamos
Ni te obligas ni me obligo”

Pero ellos no acusaron el golpe, porque los invisibles tampoco suelen escucharse y sin hacerse problemas, siguieron haciendo un culto a la falta de compromiso:

“No tengo mucho ni tengo poco
Como no opino no me equivoco
Y como metas yo no me trazo
Nunca supe lo que es un fracaso”

En eso Carlitos se removió en su tumba de la Chacarita, su cigarro eternamente colocado por algún admirador entre sus dedos se puso más humeante que nunca y casi enojado atinó a responder:

“Basta de carreras, se acabó la timba,
un final reñido yo no vuelvo a ver,
pero si algún pingo llega a ser fija el domingo,
yo me juego entero, qué le voy a hacer”.

Mientras discutían si Gardel era francés, argentino o uruguayo, los del cuarteto se pusieron insistentes, todo es igual, todo da lo mismo y basta con negarse a diferenciar entre tristeza y alegría para sentirse bien, o al menos no sentirse mal:

“Alegría y tristeza es lo mismo para mí
Que no me interesa sentir
Porque en el ángulo de la vida
Yo he decidido ser la bisectriz”

 A esta altura las provocaciones del Cuarteto de Nos se estaban universalizando y fue el mismísimo Antonio Machado que dejó por un momento su paz de cementerio, se acercó con cierta mirada socarrona y les respondió casi con pena:

“Ama tu alegría
y ama tu tristeza,
si buscas caminos
en flor en la tierra”.

Los del cuarteto no se quedaron atrás y redoblaron la apuesta con una estrofa que era un canto al desamor:

“No me involucro en la pareja
Y así no sufro cuando me dejan
A nadie quise jamás en serio
Y entonces nunca lloro en los entierros”

En eso estaban cuando Andrés Calamaro cruzaba por la esquina y sin dejar casi de caminar, acompañado por el silbido de su ocasional acompañante pareció responderles:

“Flaca no me claves
tus puñales
por la espalda
tan profundo
no me duelen
no me hacen mal
Lejos
en el centro
de la tierra
las raíces
del amor
donde estaban
quedarán”


Pero entonces, como para ratificar las dudas de Andrés surgió de 
un boliche que estaba por cerrar sus puertas un chico desgarbado que 
junto a uno de bigote bicolor cantaba:

“Necesito alguien
que me emparche un poco
y que limpie mi cabeza
que cocine guisos de madre
postres de abuela y torres de caramelo”

“No pasa nada si no me muevo
Por eso todo me chupa un huevo
Y no me mata la indecisión
Si "should I stay, o should I go"

Ma si, andá a cantarle a Gardel, pensaron varios y no escucharon más.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Rutina exitosa

El se levantó como siempre, a las 6 y media. Ella remoloneó hasta las 8. El escuchó la radio, repartió aplausos y silbidos, desayunó y se puso a trabajar. Ella dio vueltas en la cama hasta que se levantó. Apagó la radio y se puso a cantar mientras se duchaba. El se concentró frente a la computadora hasta que decidió ducharse. En algún momento se cruzaron y se saludaron con indiferencia. Salió más despierto y otra vez a trabajar. Ella desayunó y se cambió para ir a su empleo diario. Se besaron como si estuvieran despertando. El tomó lo que faltaba del termo y volvió a calentar agua. La extrañó, como se extraña a aquello que ocupa un lugar que queda vacío. Le escribió un mensaje de correo electrónico que ella contestó con extrema cordialidad. Se arrepintió y le mandó un tuit con un beso. Ella estaba concentrada en el trabajo y de vez en cuando cambiaba los papeles por un recuerdo. Lo tenía en Facebook, como siempre. Le mandó un mensaje privado con un “te quiero”. El supo que equivalía a un “buen día estimado señor”. La cordialidad, siempre la cordialidad. Hubo tiempos mejores, en los que él dudaba entre concentrarse en sus escritos y su amor y ella soñaba más de lo que trabajaba con sus expedientes. Volvieron a verse a la noche, ya no tenían deseos de saludarse demasiado, ya no tenían deseos. Ninguno de los dos se sintió derrotado. No se preguntaron nada, no hacía falta. La rutina ganó otra vez.

jueves, 6 de octubre de 2011

Apertura Nimzoindia

El jugó P4D, con su peón dama en la cuarta posición encaró una apertura original si se considera que siempre se comenzaba atacando por el lado del rey, pero bastante habitual para un hombre acostumbrado primero a mirar hacia el medio, con todas las ganas de ocupar el espacio central, donde sentía que su dominio le haría ganar la partida. Ella se sorprendió pero no movió una ceja. Jugó C3AR, moviendo el caballo a una posición defensiva típica de quien quiere proteger, justamente, el espacio donde imperan sus virtudes. Una reacción típicamente femenina que el ajedrez refleja en toda su estrategia. El respondió con un paso aún más riesgoso y movió su peón del alfil del lado de dama hacia el cuarto casillero, P4AD y ahora no sólo el centro de ella estaba atacado formidablemente sino con todo el riesgo de parte de él. Imperturbable pero con dificultades para ocultar su asombro, ella movió el peón que protegía a su rey hacia la tercera posición, para reforzar su medio y advertirle que la jugada sería riesgosa: P3R y ojo con tocarme el centro porque te como. El no quiso quedarse atrás y siguió con su esquema de sorprenderla y apropiarse de su medio, dominar el centro de la escena y no quedarse quieto: movió su caballo a la posición 3 del alfil dama para defender su peón ofensivo y casi insolente: C3AD. Ella se quedó pensando un momento, el caballo estaba en una posición fuerte pero era tentador, todo en él era tentador aunque no pudiera demostrarlo. Movió su alfil dama en diagonal al corcel y lo amenazó con un cambio que podría dejar sus defensas desarticuladas: A5C. Lejos de sorprenderse, él pareció saber que haría eso y adelantó un casillero el peon del lado de la dama para obligar al alfil a irse o a morir en el intento: P3TD. Ella sabía que era una de las posibilidades y que volver atrás sería dejar el centro para él. Comió su caballo AxC o, digamos, lo cambió por él, ya que el peon de la torre dama que la había amenazado se comió al alfil. Con las blancas de su lado, él logró afianzar el centro, que era su primer objetivo, basado en la fuerza que le daría la pareja intacta de alfiles. Pasaba a la ofensiva con igual audacia que cuando comenzó su partida. Pero ella sabía que tenía un punto débil que eran esos peones uno adelante del otro, en situación complicada. Sintió que su centro estaba desprotegido y por primera vez pensó si quería ganar o perder. Su estilo agresivo le producía cierta gracia y a la vez era un aliciente para estar más atenta en la defensa de su centro y de su rey. El conocía sus propias debilidades y no quería jugar una partida aburrida. El sabor de la derrota puede ser hasta agradable si se lo paladea con el corazón agitado. El P3R de ella sostenía el centro más o menos protegido. Se miraron por primera vez a los ojos. Ella comprendió que la fortaleza de su centro no ocultaría por un momento la fragilidad de sus defensas. El entendió que toda su intrepidez se justificaba sólo por la atracción de apropiarse de su centro y entrar en sus aposentos para ver a una dama enloquecida defendiendo el honor de un rey que caería inevitablemente. Se quedaron con la mirada fija uno en la otra, la otra en el uno. Casi hacen tablas, pero no llegaron, el centro, la pasión no les dieron permiso para seguir la partida.

lunes, 3 de octubre de 2011

Desencuentro en contínuo

Se puso lo mejor que tenía, aunque sabía que él no la miraría. Su mirada fue insinuante y su imagen estaba lejos, muy lejos de lo que él podía imaginar. Estaba atractiva, bella, cada parte de su cuerpo parecía pedir algo. El no tenía a mano otra cosa que aquel objeto que solía utilizar para comunicarle cuánto la quería, cuánto la deseaba cada vez que no la tenía. Ella se hizo un lugar para estar más cómoda con él, aunque él no estuviera. El se puso en el lugar de siempre, con un whisky a su derecha y un papel sobre la mesa. Ella se conectó y comenzó a escribir. Buscó por su nombre, por su apellido, por su escuela, por su facultad, por su trabajo. No aparecía. El imaginó sus ojos y no le gustaron. Nunca fue su mejor atributo. Pensó más abajo y ya el cuello le causaba inspiración. Ella puso sus manos sobre su cintura, con los brazos en jarra. El sintió un calor en sus manos y supuso que tenía que escribir. Ella sabía que allí estaba su zona, para él. El también lo sabía pero no lo entendía. Buscó su instrumento, estaba intacto y listo para decirle todo lo que la quería, aunque no lo sabía. Ella entonó una canción mientras se miraba al espejo y no se gustaba. Se puso una bata de toalla alrededor del cuerpo y fue a cambiarse. Ella se puso sus mejores zapatos, de esos que las hacen casi absurdas pero de los cuales jamás podrían prescindir. El pensó si esta vez usaría unas zapatillas hipponas, de las que le gustaban a él. Ella se pintaba los ojos, que un delineador por acá, que un rímel por allá. Sabía que no era lo mejor que tenía. El se levantó de la mesa, se ajustó los jeans, se puso aquellas zapatillas que habían causado la discusión. Ella recordó la discusión. El recordó que no le gustaban sus ojos. Ella no se conectó. El no fue a la cita con la letra escrita. Ella se puso a navegar. El navegó por su bronca masculina mientras dibujaba estrellas. Ella decidió no buscarlo. El decidió que no lo encontrara. Ella no lo buscó en la gran red. El no le escribió aquella carta en la que le iba a declarar su amor. Otra vez, el fue en lápiz y papel y ella en su Blackberry. No se encontraron.

Dos fantasmas en el café

Sí, se encontraron. O no, porque ya no eran las mismas personas. El le contó cómo había pasado esos años, cuántos amores, cuántos desamores, qué caras y qué vivencias. Ella le mostró las huellas de su tiempo, las veces que lo vio por ahí, las ocasiones en las que tuvo ganas de preguntarle si se le había pasado el rencor, si había logrado verla con ojos benevolentes sin olvidarla.

Pero en rigor se habían olvidado ambos. No sabían por qué estaban ahí ni para qué. No tenían idea de los motivos para estar frente a frente con alguien que no les movía ningún sentimiento, ni bueno ni malo.

Tal vez el encuentro hubiese sido en vano si no hubiera servido para contar heridas, hacer un relevamiento de daños y medir las defensas de cada uno. Se prepararon para seguir adelante y siguieron. Se hicieron preguntas, se dieron respuestas más o menos ciertas, se fueron en halagos hacia lo bueno y contaron las dudas como algo pasado.
Estuvieron media hora charlando hasta que sintieron que era una farsa tejida por las costumbres, un hábito poco sano pero inevitable si se quiere pertenecer a la sociedad civilizada.

¿Qué es más civilizado? Probablemente decir la verdad, aunque provoque dolores, porque quien se fue o quien se quedó sin quien se fue saben de dolores y de curaciones. Como en aquella vieja máxima de la infancia, los clavos que se quitan de la madera para simbolizar una buena acción que sustituye a las malas acciones anteriores, de todos modos, deja un agujero. Pero el todo se soluciona con una buena cantidad de aserrín y una lijada.

Se despidieron con pocas ganas de volver a cruzarse, se mintieron que se verían pronto, estaban más lejos que nunca y sin embargo se sintieron obligados a prometerse cosas. Ya se habían hecho promesas que no cumplieron, no era problema reiterarse. Ella se fue por donde venía, por su propio camino y pensando en hijos y hasta nietos. El se volvió con ganas de no haber estado. ¿Estuvieron? Vaya uno a saber, pero siguieron el camino.

jueves, 22 de septiembre de 2011

La cena y el póster

Marisa no es una chica común. Tiene 34, aparenta 28 y come como si tuviera 21. La cena transcurrió por sus carriles normales. El salmón,  más que ahumado, parecía aromatizado por el vapor de la pintura que la renovación del departamento había dispersado por el ambiente.

Las miradas convirtieron a la noche en un momento especial, sobre todo cuando el plato se agotaba y el cabernet sauvignon pedía con un sonido tenue de aguas agitadas la llegada del postre. A ninguno de los dos le importaron las reglas enunciadas por los enólogos y el tinto fue una buena compañía. Pensamos otra vez en el postre. Lo que no sabíamos era que la convocada no era la terrina de castañas sino una lámina que el portero iba a traer prolijamente preparado unos días atrás por una ignota empresa que comercializaba imágenes. El cartero lo había dejado por la tarde.


La lámina estaba destinada a un poster y si bien era un asunto postrer al fin de la cena no dejó de ser un tema de conversación. ¿Qué hacía un futuro póster con formas irregulares y regulares en medio de la cena? Es que una vez enmarcada combinaría perfectamente con el Berni y su Juanito Laguna, ambas reproducciones, por cierto, pero que representaban formas poco regulares para la lógica común, sobre todo en el living pintado con un criterio menos común todavía. Juanito era humilde, lo otro era una forma, como la pobreza. Juanito es colorido. El otro no. Sin embargo, parecen hechos el uno para el otro. Los irregulares se atraen.

Marisa entendió que un tipo que renueva su casa tiene sus compromisos. Pero ninguno de los dos pensó en compromisos. La mirada se posó sobre sus ojos oscuros, su tez mate y su voz sugestiva. Me pregunté si sabía o si se daba cuenta de lo nervioso que estaba frente a una joven que parecía más joven. Ella se preguntó  si sus 34 años eran suficientes para entenderse con un hombre maduro que había crecido, pero sobre todo vivido.

Nos miramos con deseos de guardar el póster y hasta el postre para otro momento. El champagne seguía al cabernet sauvignón y si bien yo sabía dónde estaban las copas, ninguno de los dos sabía cuál sería su destino. El postre se quedó esperando y tuvo destino de desayuno. El poster se quedó desplegado sobre el sofá recién estrenado y a pesar de su tonalidad gris casi hacía juego con el carmín de la tela.

Las luces no se apagaron porque había mucho para ver, sobre todo los interruptores, que no son fosforescentes. Sus ojos oscuros combinaban con su flequillo cortado recto y horizontal y el piercing en la fosa nasal derecha dejó de impresionarme. Ya me resultaba simpático o sería porque ella en conjunto me atraía.

Hablamos. Es un decir. Hubo algo de música y para sorpresa mía nos pusimos pronto de acuerdo. La Mancha, Cielo Raso, Papo, Gieco, Celeste e Intoxicados fueron pasando como si una tribuna los aclamara. Andrés Calamaro, discutido y amado hizo el Río Manso y la memoria agitó las aguas. Ella dijo, él dijo. La ciudad ardió.

Había música pero casi no escuchábamos. El salmón nos había acompañado durante la cena. Ahora el otro salmón estaba haciendo de las suyas. Por momentos oíamos la música, pero casi no la escuchábamos. Ataque hablaba de la gente que habla sola. Spinetta se preguntaba por Ana y su sueño. Calamaro temía que la flaca le clavara sus puñales. 

Todos sonidos vacíos, como las copas y la clase que nos había juntado. El poster y el postre quedaron esperando una mejor ocasión, uno en la heladera y otro sobre el sofá. Anoche fue una noche para recordar

viernes, 16 de septiembre de 2011

Hoy si, nuestra vida debida

Algunos folletines tienen que bajar a veces el tenor de sus intrigas porque los lectores piden cambios, reclaman que un enfermo se cure, o que alguien a punto de morir se convierta repentinamente en una persona sana, o que un enamorado encaminado a perder al objeto de sus deseos no se frustre para siempre. Hoy es 16 de setiembre. Algunos lectores pidieron cambios por hoy. Que las historias de amor con enfoque masculino que desde aquí exageramos todos los días, con el fin de impactar con lo que sentimos los hombres  cuando conocemos a una mujer, cuando amamos a una mujer, cuando dejamos de verla para siempre, esta vez se dedicaran a recordaran a las víctimas de la barbarie del sistema apropiador de cuerpos. Aquí hemos hablado de muchas noches y de muchos cuerpos, pero hoy no. O tal vez si. Mañana volveremos con nuestras historias, pero cada hora recordaremos a nuestros chicos, los de la Noche de los Lápices y la de todas las noches, esos que arropamos cuando están dormidos, esos que nos enorgullecen cuando muestran su sensibilidad, sus ganas de defender a sus compañeros, sus deseos, sus dudas, sus pasiones. Y a quien diga que hoy no llora más que con cualquier historia de Vida Debida, humildemente le recomendamos que mire a sus hijos, si los tiene; o a los de los otros, que probablemente tenga; y que se deje llevar por sus convicciones, que seguramente las tiene. Recomendamos prestar atención al video que viene, porque nos representa.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Ciencia y minas



Como suele ocurrir en la ficción, el lector no sabe cuán lejos está la verdad de la inventiva del autor. Queda para la imaginación del lector recrear los hechos y asimilarlos a su propia experiencia y a sus ansiedades y dudas. 

Estaba pensando en un final a toda orquesta, el que resulta de los comicios en mi Carrera en la que se ratificará al director apoyado por docentes y graduados y una parte de los estudiantes, cuando la mente me jugó una pequeña broma. La excitación por las elecciones, la presencia de cientos de protagonistas de las Ciencias Sociales me trajeron a la memoria eternas discusiones acerca de qué es la ciencia que me hicieron pensar en algunos autores como Alan Chalmers.

No es un debate nuevo ni lo vamos a saldar hoy. Si en Sociales se puede hablar de ciencia o si en Exactas y Naturales cierto grado de soberbia hace pensar que los demás juegan a pensar y allí se hace ciencia que produce para el hombre, o la mujer, claro.

Y me hizo pensar en el viejo debate que se trasladaba a la pareja, si el mundo se puede pensar desde un laboratorio con cuatro paredes, un par de sillones y una computadora o si para tratar de entenderlo y enfrentar los problemas que nos trae todos los días hace falta salir al campo, ver qué pasa con los seres humanos que todos los días tienen que enfrentar la vida, que pensar cómo comer, por qué están en la vida si la vida les ofrece sólo penurias,  por qué sin embargo traen vida todos los días a el mundo en el que viven.

Recordé a a los científicos exactos desdiciéndose de sus teorías todos los días, pero pretendiendo la verdad absoluta frente a los otros, que no hacen otra cosa que analizar la realidad, no desde el laboratorio sino desde donde los hechos suceden, y también se desdicen de sus teorías. Pensé en los científicos naturales, que avanzan todos los días con nuevas vacunas, operaciones que aumentan la expectativa de vida y sin embargo cambian de paradigmas todos los días y todavía no saben qué hacer frente a los dramas de la salud de miles de millones de humanos.

Pensé, pensé, medité sobre el contraste entre el pensamiento social y psicológico contra el pensamiento matemático y pretendidamente exacto, miré alrededor y saqué una conclusión que seguramente no revolucionará a las ciencias, que no será analizado por los grandes epistemólogos: “Qué fuertes que están las minas de Sociales”. Y me dediqué a lo mío.