Eran las 7.45 y tenía todo preparado para salir de casa, tomar el subte y viajar, apretado pero rápido, hacia pleno centro. En el trabajo ya saben que no siempre voy a llegar temprano, porque a veces hay paro, en otros casos demasiada gente y en más de una ocasión los desperfectos técnicos me dejan entre dos estaciones disfrutando del aire no acondicionado y mi inoportuna claustrofobia.
Cuando
llegué a la estación Malabia-Pugliese eran las 8.00 y ahí me enteré de que la
línea B tenía paro programado justamente desde esa hora y hasta las 10. Llegar
al trabajo a las 10.30 hubiera sido demasiado. Los colectivos pasaban
abarrotados y tomar un taxi hubiera sido peor, porque en la oficina no les
hubiese agradado que llegara a las 11.30.
Visto
y considerando que no había opciones, un rayo de luz iluminó mi mente y
encontré una solución. Tomé un taxi hasta la estación Río de Janeiro del subte
A, con la idea de ir desde allí hacia Lima, para luego hacer combinación con la
línea C hacia Retiro y bajar en Corrientes y la 9 de julio.

Otro
rayo me iluminó. Tomé un taxi hasta la estación Jujuy del subte E, con la idea
de tomarlo hasta la estación San Juan, luego el C hasta Corrientes y la 9 de
julio, su ruta. Me aseguré de que no hubiera problemas en la C y emprendí
viaje.
En
la estación Jujuy me encontré con personas con cara de pocos amigos que salían
por la escalera. Tanto malhumor me despertó cierta curiosidad y pregunté a un señor de anteojos
que venía murmurando insultos de diverso calibre. La respuesta a mi consulta
fue contundente: “Son las 10 y el subte E entró en paro hasta las 12, mi
cliente se va a ir”.
No
soy alguien que vaya a asustarse por un contratiempo. De chico aprendí que uno
debe conservar la serenidad y buscar una solución para cada problema. Con toda
la paciencia del mundo, decidí encarar por el norte. Tomé un taxi hasta la
estación Scalabrini Ortiz de la línea D, con la idea de ir desde allí hasta 9
de julio, estación que está justo debajo del cruce con Corrientes. Una joyita y
sin combinación. Cuando llegué a la avenida Santa Fe y Scalabrini Ortiz me
encontré con que el Subte D había entrado en paro a las 11 y seguiría hasta las
13.
Fue
entonces cuando tomé conciencia de que que podría haber tomado un colectivo, o
un taxi hasta el trabajo, o ir caminando. En todos los casos hubiese llegado a
tiempo o, como mínimo, menos tarde que luego del periplo matutino. Pero había
algo más que deseos de llegar al trabajo.
Tomé
el 15 hasta Scalabrini Ortiz y Corrientes y caminé una cuadra hasta la estación
Malabia-Pugliese. Indignado, bajé por las escaleras mientras todos iban en
sentido contrario. El olor a humedad mezclado con el aroma de los caños de
aguas servidas que pasan cerca de la estación me impregnaban las ropas mientras
me acercaba a los molinetes. Los empleados ni se dieron cuenta porque estaban
preocupados por guiar a todos hacia afuera. Me filtré, entré al andén y fui
hasta el extremo Este. Bajé por una pequeña escalera y comencé a caminar por
las vías.
Si
no hubiera sido porque todavía había luz, me hubiese dado cuenta de cuándo
terminaba la estación porque desaparecía la basura de las vías. Todo parecía
más limpio y cada vez más oscuro o menos iluminado.

Habían
pasado dos horas y estaba cansado, aunque tenía más miedo que otra cosa.
Mientras escuchaba cada tanto los pasos agitados de alguna rata que buscaba
algo para comer, me preguntaba si tenía algo para matar el hambre y la sed.
Pero en mi mochila no había otra cosa que chicle sin azúcar. Al menos no
moriría por exceso de glucosa en sangre.
Mis
cálculos me decían que ya tendría que haber llegado hasta la 9 de julio, pero
no aparecían estaciones, ni otras luces que las escasas de seguridad que hay en
los túneles. Busqué escaleras, salidas, algo que me indicara que no estaba
perdido, pero lo único que apareció fue mi impotencia.

De
repente, apareció una luz a la distancia. No quise correr porque temía
esguinzarme justo ahora que encontraba una salida. Cuando recorría los últimos
metros antes de llegar a la bendita estación decidí mascar un poco de chicle.
Estaba delicioso o yo muy nervioso, o ambas cosas. Subí por la escalera y el
mismo aroma a humedad y materia fecal comenzó a inundar el ambiente. Mascaba
desesperadamente, pero mi corazón latía a un ritmo más acelerado que mi
mandíbula inferior. Escuché el sonido de un pito. Un empleado me recriminaba
porque había tirado los papeles del chicle sobre la vía. Retrocedí, los recogí
y volví a subir la escalera.
No
sólo el olfato sino la vista me revelaron que estaba nuevamente en la estación
de la que había partido. Resignado, volví a casa, encendí la radio y escuché un
flash del noticiero, con declaraciones de un delegado: “Hoy hacemos paros
rotativos para no perjudicar a los pasajeros, pero si no nos hacen una oferta
razonable, deberemos tomar medidas más drásticas”, dijo.
Nota del autor: El cuento es un ejercicio para la reunión del viernes del taller literario de Gisela. Hoy agradezco la vuelta de tuerca de la UTA, que impuso un paro de 24 horas porque no querían hacer paro. La realidad siempre es más atrevida que la ficción.
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