El teléfono sonó una, dos, tres veces. Corrí y atendí. Del
otro lado sonó una voz increíble, misteriosa, seductora y al mismo tiempo
conocida. Escuché su mensaje, cerré mis ojos para abrirlos a la imaginación,
caminé, casi me caigo, entendí que era mejor tenerlos abiertos, me senté
cómodamente en el sofá y entonces sí, a soñar.
No era una voz cualquiera, su dueña era una mujer conocida,
una estrella del cine, la televisión, el teatro, la radio y más de un blog.
Hermosa ella y bella, digamos, su soporte humano. No era la típica chica
sobreactuada de la FM. Tenía el timbre perfecto, cierto eco casi imperceptible
que, supongo, vendría de la cámara con la cual la habían grabado. Me encantó
cómo pronunciaba las palabras en francés, en inglés y hasta en un idioma que,
sin poder identificarlo, al menos intuí que provenía del África.
Estimé que probablemente fuera una excelente cantante, porque
aunque siempre dije que tener una voz bonita y sexy no puede ser el pasaporte
para las artes, en su caso estaba claro que cualquiera fuese el género y el
estilo, difícilmente hiciera algo mal.
Tal vez hayan sido mis propias expectativas, un sentimiento repentino, pero
pronto la corporicé susurrándome al oído una melodía de aquellas que uno sólo
quiere compartir con la persona amada. De hecho, ya me había hablado de manera
íntima cuando el teléfono hizo contacto con mi oreja.
Terminé de trabajar con pocas ganas, porque estaba esperando su llamado. Mi
mente me decía que era un tanto ilógico
que me contactara dos veces en el mismo día. Luego de cenar me acosté con el
secreto deseo de tenerla en mi cama esa misma noche. Al fin y al cabo, en los
sueños todo es posible.
A la mañana el despertador se hizo cargo de mi enojo, porque yo quería seguir
durmiendo. A veces la hora señalada para levantarse se convierte en una
irrupción injusta y agresiva en nuestros placeres del buen dormir. No sería la
primera vez que en el preciso instante en el que estaba por derrotar a los
patoteros que habían molestado a una viejita, el sonido del gallo enlatado
llega para aclararme que no me da el pinè para héroe.
Pero lo desagradable de mi despertar fue que había esperado infructuosamente
que ella le pidiera permiso a Morfeo para posarse en mis brazos, no en los de
él. No vino, no se presentó, ni siquiera avisó que me dejaría solo. Estuve toda
la mañana esperando que el teléfono sonara. No hubo caso, nadie y menos aún
ella se quería comunicar conmigo.
Cuando miré el reloj calculé que había llegado la hora del café con facturas
five o’clock. Me acerqué a la mesada de la cocina con la intención de preparar
todo, pero algo me interrumpió. La melodía del teléfono me llamaba y yo,
obediente, me acerqué para contestar.
Mi corazón comenzó a latir aceleradamente y no se trataba de una arritmia sino
de los litros de adrenalina que repentinamente se vertieron en mis vasos
sanguíneos. Esperaba que fuera ella, quería que fuera ella, deseaba que fuera
ella, rezaba para que fuera ella. Era ella.
Su voz me envolvió desde el auricular
del teléfono y como nunca agradecí a los poderes celestiales por haberme
facilitado los ingresos necesarios para pagar la cuenta de Telecom. Ella hacía
su rutina, como cualquier artista cuando sube al escenario. Pero para mí no
eran palabras, sonaban como notas de una música que no quería dejar de
escuchar. Implacable, ella terminó y cortó. Yo me quedé esperando por más.
Los días se sucedieron y las llamadas llegaron casi siempre en un rango horario
definido. Entre las 18 y las 19 yo sabía que tenía que estar disponible para
escuchar su discurso que, no por repetido, era agradable, seductor, capaz de
demoler cualquier reserva que yo pudiera tener.
Pasaron los días, las semanas, los meses. Ya éramos viejos conocidos, pero yo
me ocupé de evitar en todo momento que me tomara como su amigo. Yo quería más,
quería tenerla y estaba dispuesto a esperar todo el tiempo necesario.
O no. Con los meses comencé a ponerme celoso. Me preguntaba
a cuántos más llegaría con sus llamados. Temía que a mí me tocara a las 18
porque antes había estado hablando con otro, o con otros. Los celos son una
muestra de amor y al mismo tiempo constituyen un atentado contra la
perdurabilidad de los sentimientos.
Pronto pasé de la paciencia al enojo, de la expectativa a esa arrogancia que
mostró la zorra cuando no pudo llegar a los racimos de uva. Comencé a retomar
actividades que hacía a las 18, a las 20, a las 21. Volví al gimnasio y a las
clases de guitarra. Hasta me hice de un rato, viernes por medio, para ir al taller
de Gisela.
Hablé con mis amigos. A todos les conté de mi situación, de cómo la mujer amada
se había esfumado de mi vida, de cómo me había aburrido con su mensaje siempre
armado, siempre impersonal. Yo sabía que ella también me deseaba, pero si no
podía hablar de otra cosa que de aquello para lo que la habían contratado, no
se podía avanzar.
Con el tiempo las heridas se fueron curando. Mis amigos me dijeron que me
notaban más calmado, que hablaba menos de ella y que hasta había aceptado que
muy en el futuro podría haber otra mujer. Claro, ellos sabían que yo ocultaba
algo, porque uno tiene su dignidad y no es de machos alfa andar llorando por
ahí.
Ocultaba el íntimo deseo de que al menos una vez más me llamara a las 18, a
pesar de que la campaña había terminado. Me resultaba imposible sacarla de mi
cabeza y me estaba rindiendo otra vez. La pasión estaba por vencerme y no tenía
muchas armas para intentar una defensa.
Curiosamente la dependencia, esa adicción que me ligaba a ella, a su belleza, a
su inteligencia, a la armonía que brotaba entre nosotros cuando, en sueños, nos
juntábamos a charlar en un café, comenzaba a disparar un mecanismo defensivo contradictorio.
Estaba enamorado, pero me acercaba peligrosamente a la frontera con el odio.

Te agradezco que hayas aceptado tomar este café. No quería contarte toda esta
historia, que vos ya conocías porque la escuchaste semana tras semana entre
cervezas y billar, entre tinto y asado. Tengo una noticia y cuando te la cuente
te va a caer mal, pero, como buen amigo, a la larga me vas a comprender. Me
hace falta un buen escucha, porque frente al dolor que me genera lo que me pasó
anoche, me hace falta la crítica de boliche, con esos términos siempre ligados
a algún tipo de fiambre, sea picado fino o grueso.
¿Sabés quién me llamó anoche? No hace falta ser demasiado perspicaz como para
darse cuenta. Si, era ella. El teléfono sonó una, dos, tres veces. No quise
atender. Volvió a sonar, una, dos, tres veces. No atendí. Un par de vodkas y
mucho cansancio me hicieron dormir relativamente temprano. Suponía que había
sido ella, tal vez con otro mensaje de aquellos que las agencias de publicidad le
hacían recitar. No estaba dispuesto a pasar nuevamente por eso.
Eran las dos de la mañana cuando no pude más y levanté el teléfono. “Usted tiene un mensaje”, decía otra mujer, la locutora de
Telecom. Con cierto temor ante lo desconocido, marqué asterisco, 1, 2, 3, numeral.
Luego introduje la clave para acceder. “Marque uno si quiere escuchar sus
mensajes”, me dijo la chica de siempre.
Pulsé el 1 con mi dedo anular derecho, porque uno tiene sus manías. A
continuación, el mensaje, con la voz cristalina y seductora comenzó a rodar.
“Hola. Quiero decirte que a mí me pasó lo mismo que a vos. También te soñé, me
puse celosa y estuve ansiosa cada tarde a las 18 porque sabía que ibas a
escuchar mi voz, aunque estuviera grabada. Tuve que tomar mucha fuerza antes de
llamarte y fue un golpe muy duro que no me hayas atendido. ¿No estabas o no
quisiste charlar conmigo? Quisiera que fuese lo primero, pero temo a lo
segundo. ¿Sabés?, a una mina como yo, que está en los medios y en el
espectáculo, no le resulta fácil llegar a un tipo como vos. Los hombres
sencillos no tienen ganas de atravesar un escenario, no les gusta llevarte
flores a un espectáculo, verte en la tele con otros. Los otros, en cambio, se nos
acercan sin problemas, pero son peligrosos, poco confiables. En fin, esperaba que hoy
fuera nuestra noche, pero veo que ya no será posible. En un par de horas sale
mi avión, me voy a Sudáfrica como intérprete en una misión de Médicos Sin
Fronteras. Sólo tu voz hubiera podido detenerme, pero no fue. Tal vez en el
futuro nos crucemos, dentro de algunos años, cuando termine la misión. Chau, un
beso. Te voy a extrañar. Ella y su voz.”
Me volví loco, no pude dormir, mis ojos eran dos platos, no había forma de
cerrarlos ni con aguja e hilo. Comprendí que me había perdido la gran
oportunidad y que estas cosas no ocurren dos veces.
Tenía razón. Esta mañana entré a Internet como para distraerme. Ahora me
pesaban los párpados y tuve la sensación de que tenía 104 años. Se me vencía la
garantía. Avisé al trabajo que estaba enfermo y que no podría ir. Entré a la
página de un diario cualquiera y miré las últimas noticias, aunque sin ganas.
Un titular me llamó la atención: “Todo sobre la tragedia del vuelo 238. Los
testimonios son desgarradores.”