martes, 1 de noviembre de 2011

Las paralelas no corren juntas


Cuando las personas toman distancia no dejan  de vivir, su tiempo es marcado por otras circunstancias, que hubieran estado allí para encontrar a dos personas juntas o a cada una por separado. Viven, crecen, evolucionan, se enriquecen o se degradan, pero lo que fue sumar y compartir es un camino que ya no es paralelo sino que se diversifica y aleja a las personas cada vez más, hasta que cada uno es un extraño para el otro.

Me pareció que había alguien conocido, creí reconocer un flequillo, un color de cabello o una expresión. A ella le pasó lo algo parecido, aunque cabello y flequillo no había. Nos reconocimos. Habían pasado apenas tres años desde que dejamos de compartir vida y sentimientos. Lo que me molestaba de ella había quedado congelado, como en esas películas viejas en las que el lente se acerca demasiado al film y lo convierte en plástico derretido. Tampoco ella podía ver las escenas que seguían y se había quedado con lo que había alcanzado a ver, a querer o a rechazar.

Qué viene después, cómo es, es un misterio que escapa al conocimiento y se limita a la imaginación y a unos datos que no son datos. El pasado no sirve para proyectar los minutos que vienen, sólo sirve para saber qué pasó y qué puede pasar si no se construye un futuro sin aquellos errores, aunque pasarán otros.

La miré y la vi como algo que impacta más en la memoria que en los ojos. Su mirada no pudo ocultar la sorpresa y la mía tampoco. Tal vez porque ninguno de los dos se esforzó demasiado en ocultarlos. La sorpresa nos deja a veces al desnudo.

Me tomó unos segundos entender lo que estaba pasando. Buenos Aires es una ciudad muy grande y uno puede desencontrarse por años con quien alguna vez compartió todo o casi todo lo que era parte de su mundo. Ella no reaccionó, sólo un saludo y una pregunta que casi no esperaba respuesta. Una cosa es la frialdad encubierta de los mensajes de correo electrónico y otra es la persona ahí, de carne y hueso, con sus vivencias a cuestas.

Nos miramos y nos preguntamos. Me costó hilar un relato, no porque no lo tuviera claro sino porque a pesar de mi poder de síntesis no podía resumir en unos minutos de cruce callejero las vivencias, las decisiones, las consecuencias y las ganas de tres años.

Le pregunté cosas que no pudo responder, porque para ella eran algo cotidiano y para mi eran el otro lado de un abismo, Por un momento quise saltar pero no sabía qué habría del otro lado ni si valía la pena. Quiso saber si algo había cambiado y mi mirada le dijo que todo era diferente, porque a cada segundo somos diferentes. Pero que no eran los cambios que ella esperaba o que ella deseaba. Me atizaban las ganas de saber también cómo estaba ahora, pero al mismo tiempo no me importaba. No era muy diferente a saber cómo era la vida de la chica que pasaba por la calle de enfrente. Las paralelas no se juntan, pero las leyes de la física y las matemáticas se hacen trizas cuando se juegan los sentimientos humanos. Las paralelas no se juntan, pero se separan.