Sigo con algunas cosas que escribo para el taller literario de Gisella.
Alguna vez sirvió para poner allí el calendario, pero con el
tiempo comprendí que a la hora de ordenar citas, el de la computadora conectado
indirectamente con mi Blackberry era más eficiente. Terminó el 2011 y quedó
ahí, como un testimonio de algo que ya pasó. Contra la pared, apenas doblado en el
medio hacia arriba, no hace demasiados méritos para demostrar que aún puede ser
de utilidad. Pero ya me encariñé y además está en un escritorio que uso para
trabajar, estudiar o pavear en Facebook, no hago allí otra cosa.
Cada tanto me pregunto si se siente solo, si el hecho de
haber perdido utilidad concreta lo deprime o, por el contrario, lo alivia. ¿Tendrá
los aportes hechos? ¿Podrá jubilarse?
La pared parece solidarizarse ofreciéndose plena para que se quede allí. A mí me provoca cierto pudor sacarlo y tirarlo. Todos somos de alguna manera sus amigos, aunque sin dudas extraña aquel calendario que estaba colgado ahí, con sus marcas, sus “X”, las anotaciones, las citas y las obligaciones de dudoso cumplimiento.
Cada tanto le digo que ya vendrá un calendario, que si no
fue en 2012, tal vez llegue el de 2013, pero es una mentira piadosa. En
realidad no pienso volver a los viejos tiempos, al menos en éso. Trato de
mentirle bien.
Fue parte de la inauguración de mi escritorio nuevo, fue sostén de cada uno de mis días y no puedo abandonarlo a su suerte ahora que no lo necesito. Estoy seguro de que ya le encontraré alguna utilidad. Mientras tanto, está allí, gracias a la amistad que supo forjar con la pared, que no se ha quejado por su presencia. Uno mira y sabe que algo falta. Pero sigue allí, en parte por mi indolencia y cierto afecto bien ganado. Pero también porque no tengo ganas de sacarlo. Al fin y al cabo, es sólo un clavo.
Fue parte de la inauguración de mi escritorio nuevo, fue sostén de cada uno de mis días y no puedo abandonarlo a su suerte ahora que no lo necesito. Estoy seguro de que ya le encontraré alguna utilidad. Mientras tanto, está allí, gracias a la amistad que supo forjar con la pared, que no se ha quejado por su presencia. Uno mira y sabe que algo falta. Pero sigue allí, en parte por mi indolencia y cierto afecto bien ganado. Pero también porque no tengo ganas de sacarlo. Al fin y al cabo, es sólo un clavo.