sábado, 12 de mayo de 2012

Para Lisa


Las mujeres y el dolor, casi parientes y como no soy machista, supongo que algo parecido les debe ocurrir a ellas con nosotros. En el taller literario tuve que hacer un dibujo sobre el dolor. Me salió un garabato que, oh sorpresa, se parecía demasiado a Lisa Simpson. Pero Lisa me cae bien, es la Mafalda que los yankees pueden tener, aunque Gröening no sea Quino.

Me preguntaba por qué Lisa y entonces traté de colocarle algunas señales de tristeza, como para que la niña sonriente pudiera pasar por un modelo de dolor, pero no tuve éxito. Me salió una Lisa cejijunta, con ojeras y una boca con las comisuras hacia abajo que no convencía ni a los chicos del jardín maternal de la otra cuadra.

Luego nos pidieron que escribiéramos, algo que tampoco hago bien, pero al menos no me provoca vergüenza. “Sorprende…” fue lo primero que puse. El dolor literario empezaba a aparecer y lo traje a Vida Debida.

“Sorprende, porque a veces fluye, otras se queda quieto y en más de un caso soy yo el que se inmoviliza sin saber qué hacer. Se expresa de muchas maneras, pero siempre llega de forma inesperada, cuando mi mente está en otro lado.

Entonces aparece y me hace acordar a ciertos ascensores que son demasiado rápidos, algo que se nota en un movimiento vertical de todo el contenido del cuerpo, con la consabida sensación de que nos estamos olvidando el esqueleto abajo.

Pero también se hacen su lugarcito ciertas ideas que pugnan por ocupar un lugar que el dolor quiere reservarse. El pulso se acelera, aunque el corazón no quiera latir más rápido. El dolor lucha, se defiende, ataca; el alma resiste y dispara con dibujos, más agradables que mi Lisa, aún la niña inocente que había dibujado antes de que alcanzara la deformidad.

El dolor se multiplica y se hace Dolores, aquella muchacha que conocí en España, en la calle España, cuya habilidad para bailar flamenco era tal que me hacía odiar hasta a Juan de Garay. No era buena bailarina, pero era hermosa, con esa belleza que tienen las españolas con algo de morisca en su sangre.

Hasta allí sus ancestros, porque hablaba con un acento porteño que había aprendido de su porteña vida. Dolores me enseñó a vivir, o aprendí a vivir gracias a que sufrí dolores. De ahí mi conclusión, sea Lisa, o sea Dolores, debería tener miedo a las mujeres. Pero son tan lindas…

1 comentario:

Flor L.S. dijo...

El dolor sorprende incluso cuando lo intuyes embozado en una esquina y tus pasos, irremediablemente, te llevan hasta el. A pesar de eso, te sigue sorprendiendo ese vértigo que te deja quieto.
Buen tema para el reestreno.
Feliz vuelta.