viernes, 21 de octubre de 2011

El torrente

Escribir es difícil. Escribir bien es un privilegio de pocos, pero no debe haber nada más doloroso que sentir y no poner una letra sobre el papel, o en el teclado. ¿Qué otra cosa que un gay discriminado por una sociedad cultamente ignorante hubiese sido Wilde si no hubiera tenido aquella capacidad para ironizar sobre la vida de las clases altas? ¿Se podría pensar de Eduardo Galeano como algo más que una voz profunda de cierto poeta y pensador si no fuera por sus regalos como Las Venas Abiertas de América latina? 

Tal vez Borges no hubiera conocido a Kodama y para la historia hubiese sido un oscuro empleado de la Biblioteca Nacional que acostumbraba a recitar poemas floridos y frases ingeniosas y que alguna vez se quedó ciego, cosa que no importaba porque nunca escribió una letra. Y Bioy seguramente habría quedado como el gentilhombre de gran atractivo sobre las mujeres que se preocupaba por la vejez y que en alguna loca noche de copas hablaba sobre una realidad virtual cuando corrían los años 40.

La vida corre como un torrente en el que todos jugamos una carrera de postas obligada y casi rutinaria. Salvo que podamos ver y contar qué es lo que se juega en cada pase. Y si la oralidad es una forma de transmitirlo, lo escrito es una manera de eternizarlo para que en cada escalón alguien pueda reflexionar algo sobre su rol en la vida.

En eso pensaba cuando miró la agenda de su Blackberry y se acordó de que había quedado en comenzar su taller literario. Se había mentido, porque sabía perfectamente el día y la hora y no necesitaba anotarlo. Estaba ansioso por llegar y las letras esperaban más ansiosas aún por ser puestas en algún orden que justificara su existencia para algo más que para decir hola o adiós. Aunque hola y adiós ya fueran en la carrera de postas palabras que merecían su atención.

Corrió hasta el lugar, cada uno estaba allí, y la aventura comenzó. Dos horas después mientras volvía la llamó. Ya habían corrido las aguas y ella todavía estaba allí, dolorida por la pérdida. Se convencía con un fernet de que pronto se le pasaría. La vida y la muerte estaban juntas y ella no sabía cómo olvidar a una y disfrutar la otra. El quiso ayudarla, pero no pudo, o no supo. Pensó en escribírselo.  

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