jueves, 4 de junio de 2015

Intersticios



Siempre tuve la idea de que los intersticios eran importantes. Cada uno de los átomos que nos componen tiene un espacio relativamente grande entre sus partículas. Las moléculas también dejan lugares libres, no pueden ocuparse sin que se destruyan o pierdan su forma y función.
Las moléculas se asocian en tejidos que tienen espacios libres imprescindibles para que haya vida. Los órganos tienen vacíos y entre cada uno de ellos hay amplios y recónditos lugares abiertos para que nuestros movimientos y el funcionamiento general del organismo sean posibles.

Al fin y al cabo, estamos hechos mayoritariamente de agua, que constituye un 80 por ciento de nuestro cuerpo. El agua, precisamente es un material que tiene la aptitud de adaptarse a todos los espacios libres.

El ser humano, como todos los animalitos que andamos por la Tierra, habita en ámbitos en los cuales tiene espacios libres. Los hay en todo lugar en el que circule, hasta en las prisiones más estrictas, en las celdas de castigo, donde no puede moverse más que para respirar, lo cual obliga a dejarle unos centímetros de espacio libre.

Sin embargo, el ser humano parece tener una extraña afición por reducir, aplastar todo intersticio que exista. Los espacios verdes se ocupan con edificios, los momentos de ocio se reemplazan por obligaciones, todo tiempo libre es descalificado y considerado una pérdida de tiempo. Los países periféricos son apretados hasta sacarle todo el jugo intersticial y, luego, si el jugo de país salpica a los centrales -Europa, Estados Unidos- los vuelven al mar o les ponen  un muro.
 

Una vez que logre hacerme de unos minutos entre mis cuatro trabajos comenzaré mi campaña en defensa de mi derecho al intersticio. Será justicia.

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