lunes, 3 de junio de 2013

Copas



Me gusta. Me gusta desde que aprendí a apreciar los secretos que la vida esconde allí donde menos lo esperamos. Ansioso, mis sentidos se despiertan cuando un ruido suave, hueco, con reminiscencias a juego infantil se presenta repentinamente ante mis sentidos. Ella está ahí y yo me rindo para percibirla, para disfrutarla.

Tiene todo lo que uno espera, su color es diáfano, cristalino, con un perfume que me embriaga. Miel, chocolate, café, un toque de pimienta que sube por el paladar y se queda allá arriba.

Ella dice que yo le recuerdo al roble americano, con un equilibrio mayor y taninos astringentes, que la madera está, pero no satura. Aunque no la mire, igualmente la percibo, con su aroma que a veces me recuerda a la cáscara de naranja y en otras ocasiones brota como flores de jazmín, de rosas y hasta de eucalipto. Otras veces llega a mi mente con un aroma a ruda, a almendra, a flores blancas y a manzana verde que me recuerda el origen de su familia, allá en el centro de la península itálica. 

A veces me describe como complejo, robusto y tánico, con notas de arándanos y moras. En ocasiones quiere provocarme y grita que se me nota el toque de roble francés, que aporta notas de café, tabaco y chocolate. Me gratifica, aunque poco y nada tengo que ver con Francia. 

Ella es blanca, con un cuerpo singular que necesita mucho sol para madurar bien. Para hacerme enojar me compara con el Tannath, de estructura poderosa y con un delicado sabor a mora, un tipo que envejece elegantemente. Y yo me siento halagado.

Casi por hábito intercambiamos miradas, aromas, sonidos, colores y sabores. Pero de a poco nos hemos dado cuenta de que nada es eterno. Tal vez nuestras papilas se estén saturando de una vez por todas. Sospecho que ella se dejó seducir por un preparado con quinina, raíces de genciana, hierbas aromáticas y colorantes. Mucho no puedo hacer, por ahora me refugiaré en un destilado de trigo y centeno, con bayas de enebro. Que se quede con su amargo, yo me dedicaré a la ginebra.

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